Cuando nos movemos en términos de
calidad comenzamos a valorar la necesidad de introducir indicadores que nos
permiten medir y cuantificar el buen funcionamiento de los procesos que tengamos en marcha en la organización.
Estos, miden que las
especificaciones que hemos diseñado para una acción determinada se cumplan y
así, nos ayudan a saber mejor si el resultado final que se conseguirá será el
adecuado.
Principalmente, los indicadores
tienen que cumplir una serie de características mínimas para que las mediciones
sean correctas:
1. Tienen que
ser realistas en base a donde se están incluyendo.
2. Tienen que
ser representativos con lo que se quiere dar a entender. De esta manera, si se
requiere una supervisión, se hará de manera más sencilla.
3. Tienen que
centrarse en el impacto de la calidad.
4. Tienen que
poder representarse gráficamente de una manera sencilla y efectiva.
5. Tienen que
ser sencillos a la hora de ser consultados
Los indicadores, además, se clasifican
de tres modos diferentes:
·
Generales: que se aplican y toman mediciones a
nivel global.
·
Específicos: únicamente valen para puntos
concretos en el proyecto.
·
Ponderados: cuando se consideran problemas de
incumplimiento.
Los indicadores de calidad nos
ofrecen una serie de ventajas y beneficios a la hora de ser implantados,
haciendo unas valoraciones sobre el correcto funcionamiento de los recursos y
su adecuación a los resultados que queremos obtener.
Los indicadores también nos
ayudan a mejorar los procesos, garantizando las acciones correctas y
descartando las que no son adecuadas, orientándonos a implementar puntos
preventivos para mantener los estándares de calidad marcados sobre la misma línea
positiva seleccionada.
Al final, el resultado final es
la mejora de la entrega del producto final a los clientes, haciendo que la
satisfacción aumente y la rentabilidad organizativa sea la correcta.
Los indicadores seleccionados
permiten que las directivas de las organizaciones puedan tomar acciones de
carácter global, incluso, optimizando las mismas para adecuarla a posibles
cambios imprevistos. Eso sí, para conseguir resultados óptimos, los indicadores
seleccionados tienen que perdurar cierto tiempo y no ser alterados.
Desde mi punto de vista, hay que
valorar donde implementar primero algunos indicadores, pudiéndose equilibrar
entre dos opciones preferentes, los procesos cuya calidad sabemos que está bajo
el nivel mínimo exigido y también en procesos que sean lo suficientemente
críticos. Cualquiera de los dos son importantes y lo que sí que se tiene que
tener en cuenta es que no hay que perder de vista el estado o las situaciones
de cada proceso en cada organización.
Los indicadores de calidad son
muchos y depende de donde los queramos implantar pueden servirnos unos más que
otros, pudiendo ser muy útiles o nada, en base a la utilización que le demos.
Objetivamente, voy a describir
algunos que se pueden extrapolar a varios terrenos y que pueden ser muy útiles
para empezar con este tipo de pautas.
En primer lugar, podemos
introducir indicadores de competitividad, que hacen referencia a que cualidades
se pueden explotar a nivel organizativo de cara a sus productos. En que se
diferencian del resto y que hacen que sean innovadores de cara a sus
competidores.
En segundo lugar, se puede
introducir un indicador de calidad de cara al cliente, a nivel de satisfacción.
Esto nos dará una serie de pautas a seguir para comprobar si nuestros
productos, realmente son útiles y por lo tanto le valen a los clientes.
En tercer lugar, muy relacionado
con el anterior, la valoración de las ventas, en base a estas, la satisfacción
del cliente será mayor o menor y nos dará pautas para mejorarlos o adecuarlos a
las necesidades reales de los mismos.
Los indicadores de calidad, como
ya he comentado, son numerosos y dependiendo de cada organización, servirán o
no y sacarán una serie de métricas o pautas útiles en base a sus necesidades.
Lo importante es que la calidad de nuestros productos sea lo mejor posible y la
satisfacción de nuestros clientes sea lo más alta posible.
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